Artículo publicado en Aptitus
Una sesión de coaching puede reencontrarnos con eso que perdemos en la intensidad de la jornada laboral: mirarnos como miembros de nuestro equipo.
Hace pocos meses un compañero de colegio en la infancia me invitó a participar en una sesión de coaching organizada por él muy cerca de mi oficina. No vacilé en aceptar, porque se trataba de un viejo amigo que además de estudiante responsable -siempre eficiente en las tareas que desarrollaba-, y por la curiosidad que me producía esto del coaching, tan en boga en estos días.
Salí encantado de la sesión. No había participado de una actividad similar. Me gustó ver cómo Luis Miguel se había convertido en un experto en la materia, y exhibía un dominio escénico notable. Tanto me gustó, que le dije que me encantaría que organizara -en algún momento- un encuentro más completo con todo el equipo de Métrica. El momento fue el viernes pasado. Durante seis horas -en lugar distinto a la oficina, con aulas especiales y lindas áreas verdes- Luis Miguel nos subió y bajó de un columpio que se balanceó a su ritmo y del que ninguno de los cuarenta asistentes quisimos bajar.
Fue un tiempo para reflexionar acerca de lo que hacemos o no hacemos y, especialmente, para empujarnos a tomar decisiones en equipo más adelante. Mediante una serie de dinámicas reflexionamos sobre lo importante que es la competencia, buscando siempre la excelencia; pero que más conveniente que ello es la cooperación entre todos para alcanzarla.
Fue impresionante constatar cómo -a través de juegos simples- encontrábamos soluciones a todo tipo de problemas sólo pensando en conjunto y no de manera aislada. Y lo insustituible que es conocerse a sí mismo (a través de un diálogo interno y también a través del feedback y, sobre todo, del feedforward). Fue, además, una buena oportunidad para conocernos mejor todos. Y es que increíblemente el día a día es tan intenso, tan retador, que perdemos de vista lo primordial: estar conectados, preocupados el uno del otro, identificando nuestras fortalezas y apoyándonos en nuestras debilidades.
No creo equivocarme si digo que el espíritu de la empresa (siempre en alto) recibió un tremendo empujón ese día. A veces no nos damos tiempo para nosotros. Siempre andamos ocupados y con la agenda llena (o por llenar con más trabajo). Después de esta experiencia, ahora, me queda más claro que, además de cumplir escrupulosamente con nuestros encargos y compromisos profesionales, debemos hallar el espacio que nos permita seguir mejorando y sobre todo integrando. Y eso se logra, creo, programando espacios como el descrito. En el almuerzo que siguió al evento no se habló de otra cosa. Y hasta hoy es un recuerdo imborrable.
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