Así como lo lees. No nos define nuestro intelecto, ni nuestra capacidad cognitiva. Pero entonces, ¿qué significa ser humano? ¿Qué es lo que caracteriza nuestra humanidad? Hace poco terminé de leer “Atlas of the heart” de Brené Brown, una lectura preciosa que explora lo que significa ser humano y presenta a la vulnerabilidad como una fuerza poderosa que nos permite conectarnos más profundamente con nosotros mismos y con los demás.
Una de las frases del libro que más llamó mi atención fue: “No somos máquinas que piensan. Somos máquinas de sentir que piensan” de Antonio Damasio, profesor de neurología, psicología y filosofía. Sin duda, esta afirmación se contrapone a la idea común de que las emociones se interponen en lo que hacemos. De acuerdo con Brown, el mayor error que cometemos sobre quienes somos es creer que somos seres pensantes, que somos personas cognitivas que, en ocasiones, tropezamos con la emoción y que cuando la apartamos de nuestro camino, volvemos a nuestro ser pensante.
Socialmente ‘satanizamos’ constantemente cualquier emoción que no sea felicidad e incluso llegan a ser motivo de vergüenza. En un mundo ‘instagrameable’, la única emoción permitida es la alegría.
“Sé positivo” o “sólo buenas vibras” son expresiones muy comunes en redes sociales y ambientes familiares o de trabajo. Susan David, psicóloga de Harvard Medical School, denomina a esto “la falsa positividad forzada” o “la tiranía de la positividad». Según David, cuando hacemos ese tipo de afirmaciones, lo que esencialmente estamos diciendo es que nuestra comodidad es más importante que la realidad del otro, y esto evita comprender en nosotros y en los demás, que es lo que verdaderamente están viviendo.
A esto se suma la falta de conocimiento de vocabulario para expresar lo que sentimos. En encuestas realizadas a 7,000 personas durante cinco años, Brown y su equipo descubrieron que, en promedio, las personas pueden identificar sólo tres emociones tal como las sienten: felicidad, tristeza e ira. Mientras que en “Atlas of the heart», la especialista presenta 87 emociones diferentes, por ejemplo.
Para el filósofo Ludwig Wittgenstein, el lenguaje y el mundo deben entenderse como dos entidades que están estrechamente relacionadas; no como seres independientes. “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”, afirma. Es decir, el lenguaje no sólo comunica a los otros lo que estamos sintiendo, sino que da forma al afecto y a la emoción real que sentimos. Así que cuando etiquetamos mal las cosas, cambia nuestra experiencia con ellas.
Todas estas condiciones han creado el escenario perfecto para la desconexión con nosotros mismos y con los demás. Y es que nuestra conexión con otras personas será tán sólida y profunda como nuestra conexión con nosotros mismos. Ante ello, Brown nos invita a abrazar la vulnerabilidad pues, al hacerlo, podemos conectarnos más profundamente con nosotros mismos y con los demás, ya sea en nuestra vida personal o laboral.
La especialista define la vulnerabilidad como incertidumbre, riesgo y exposición emocional. Sin embargo, también menciona que es el lugar donde nace el amor, la pertenencia, la alegría, el coraje, la empatía, la responsabilidad, la autenticidad y como la clave para una vida más significativa y satisfactoria.
“Cuando te abres a la vulnerabilidad, te abres al coraje y la creatividad. Cuando dejas de lado las tendencias perfeccionistas y el miedo al fracaso, encuentras la valentía para mejorar y tener conversaciones difíciles e importantes con tus colegas. En otras palabras, necesitas todas tus emociones a bordo para convertirte en un líder audaz”, sostiene.
Tanto si quieres ser un buen líder, un buen amigo (a), hijo (a), esposo(a) o cualquiera sea el rol, comprender y navegar tus emociones te hará poderoso y te permitirá acompañar a otros en sus respectivos procesos. Para Brown, la fórmula mágica para estar con otras personas, a su servicio, cuando luchan o sufren, sin absorber su sufrimiento y su lucha es escuchar, creer y mantenerse curioso sobre sobre sus experiencias en sus lugares, no tratando de controlar la ruta, sino tratando de acompañar en el mismo camino, pues el enemigo cercano de la conexión es el control.