Han pasado más de dos años desde que ingresé al mundo de las Relaciones Públicas. Previamente probé suerte en el periodismo televisivo y luego migré al periodismo digital. Puedo afirmar que la mayoría de mis amistades comprende las funciones que desempeña un reportero o un editor (incluso con ver un par de películas de Orson Welles o leyendo algún libro de Truman Capote se puede tener una idea cercana). Sin embargo, pocas personas tienen una noción sobre mi profesión y muchas recurren a la clásica pregunta “¿y qué haces?” cuando les comento en que estoy trabajando actualmente.
Creo que si empezara a enumerar las funciones que un relacionista público realiza podría confundir a más de uno. Es más, me ha pasado. “Si redactas notas de prensa para que se publiquen en algún medio de comunicación, ¿no es parecido a ser un periodista?” o “Tu plan de comunicación incluye acciones llamativas en la calle y además escribes los mensajes. ¿Cómo un publicista o un marketero, cierto?” Este tipo de preguntas me llevan a escribir estas líneas.
Me gusta pensar que el relacionista público es como Pepito Grillo: un consejero, un personaje que te conoce, que vela por tus propios intereses, un tipo fiel y detallista. Pero un Pepito Grillo dotado con una visión holística y un olfato de sabueso.
Desde el primer momento en que un cliente nos abre sus puertas, nos comprometemos. Identificamos los públicos de interés con los que interactúa, observamos su relacionamiento y las oportunidades y amenazas existentes para plantear la mejor estrategia. También estudiamos su expertise o rubro de acción para aprove-
char sus fortalezas o alertar sobre sus debilidades; de modo que logre difundir los atributos cosechados en un período de tiempo o sus novedades
Así como en las buenas buscamos posicionar a nuestros clientes como lo mejor en su rubro, en las malas nos preocupamos por ser los primeros en atenderlos y brindarles una solución. Forma parte de nuestro ADN estar alertas ante cualquier eventualidad negativa y reaccionar apropiadamente en el menor tiempo posible. Saber qué decir, cómo y cuándo.
Pero hay algo más que llevamos impreso y que suele pasar desapercibido en el día a día. Algo que hacemos todos los días religiosamente como precaución y por interés: informarnos. La información es el principal insumo en la receta para ser creativos y proactivos. Es la herramienta que nos permite ofrecer distintas acciones y recomendaciones adecuadas a cada cliente y situación. Benjamin Franklin lo dijo alguna vez y le doy la razón “invertir en conocimientos produce siempre los mejores beneficios”.